jueves, 8 de mayo de 2008

Pasión América



Hace pocos días conversaba con unos amigos del colegio sobre la pasion futbolistica y por qué somos tan apasionados por este deporte. Especialmente en los países de América Latina. Supongo que es una cuestión de sangre. Sangre caliente.

A propósito del tema, me quede pensando en el triunfo de America sobre Flamengo. Le tome partricular afecto al America porque tuve la suerte de estar en el partido que gano a River 4-3 en esta misma version de la Libertadores y fue la primera (y unica) vez que conoci el mitico Estadio Azteca. La realización de un verdadero sueño de la infancia, desde que lo ví por primera vez por TV en la final Brasil-Italia que terminó 4-1 con el último gol de Pelé en un Mundial.

Dicen que es un nuevo "maracanazo" , aunque claro, sabemos que eso es irrepetible. Sin embargo, ha sido un partido épico, pues cualquiera no clasifica despues de un 2-4 de local ganando 3-0 a domicilio y nada menos que al equipo mas popular del mundo en el estadio mas grande del mundo y en la copa de clubes mas antigua del mundo. Para estar a tono con los autodenominados "mais grandes do mundo".

Recordando el "Maracanazo" (el unico) encontré esta reseña exquisita en la web (http://www.notasdef utbol.com/ 2006/04/07- 1950-la-final- del-maracanazo) que quiero compartir aquí:

Si alguien hiciera en alguna ocasión una clasificación de las mayores sorpresas de la Historia del Fútbol, el segundo puesto estaría muy disputado: la eliminación de Italia por Corea en el Mundial ’66, la final de la Copa de Europa del año pasado, la victoria de Camerún sobre Argentina en el partido inaugural del segundo Mundial de Italia… hay muchos partidos que se harían acreedores a esa distinción. Sin embargo, siempre que a un buen aficionado se le pregunta cuál es el paradigma de resultado increíble, de algo que no podía ocurrir y ocurrió, una palabra acaba surgiendo: el Maracanazo. La final de la Copa del Mundo de 1950.

La selección brasileña que se presentó aquel día del Carmen en Maracaná lo tenía prácticamente todo. El mejor ataque del fútbol mundial, con el atildado y genial bigotudo Ademir de estrella (nueve goles en cinco partidos del campeonato) apoyado por los sensacionales Zizinho y Jair; Barbosa, quizá el mejor portero desde el Divino Zamora, bajo los palos; una defensa con Juvenal y Augusto, que se califica simplemente con decir que el suplente de este último era Nilton Santos; una versión del 3-4-3 llamada “la diagonal” con la cual habían desarrollado el juego más hermoso jamás visto hasta entonces, ¡trece goles! en los últimos dos partidos de la fase final; 220.000 hinchas enfervorizados apoyándoles, que llevaba en el campo casi ocho horas, ataviados para la ocasión con las camisetas de Brasil Campeón del Mundo… Y por si fuera poco, por el sistema de liguilla adoptado para la ocasión que generó no pocas polémicas, el empate les hacía campeones.

Como víctimas propiciatorias, a priori, esperaban los uruguayos. Sí, tenían al finísimo Pepe Schiaffino, killer impenitente, y el poderío del Negro Obdulio Varela (foto), y la rapidez del extremo Alcides Gigghia, y al poderoso Tejera atrás, más el plus de garra de la camiseta uruguaya; ese país donde, dicen, los bebés gritan gol antes de comenzar a hablar. Pero las perspectivas no eran halagüeñas: a la final les había llevado un empate in extremis con España y una inmerecida victoria ante los suecos, a los que los cariocas habían barrido por 7-1. Tenía aroma a boutade la frase de Obdulio antes de comenzar el encuentro, dirigida a la nube de periodistas que se afanaban en captar la imagen de los locales: “Vénganse, que los campeones están acá…”.

Cuando el colegiado inglés Reader da el pitido inicial, el equipo carioca se lanza en tromba sobre la meta de Máspoli, que resiste duramente la primera acometida. El zaguero Matías echa el cierre, Obdulio se convierte en la sombra de Ademir y poco a poco el fútbol plomizo y aparentemente cansino de los uruguayos, lleno de técnica y sentido de la pausa, aquieta el ímpetu brasileño. La multitud ruge incómoda, pues los encuentros anteriores habían sido resueltos por la vía rápida para dejar paso al arte y la exhibición. Hoy, ni Bauer ni Jair se ven capaces de llevar la manija, Zizinho está desaparecido y el equipo da sensación de impotencia. No hay goles cuando los jugadores se retiran, preocupados los locales, más sonriente el combinado charrúa.

Comienza el segundo tiempo con el mismo aspecto que el primero, con la canarinha volcada sobre el portal uruguayo, y a los pocos minutos un toque de balón de Jair habilita al extremo Friaca, que cruza la pelota magistralmente y provoca el delirio en las gradas y en todo Brasil. Pero en medio del griterío Obdulio Varela toma la pelota, anda pausadamente hacia el centro del campo, protesta al árbitro, habla con sus compañeros, para el partido, hiela el ambiente… Cuando tras cuatro minutos se reanuda el choque, ya no quedan restos de la euforia y el momento mágico ha pasado.

Son veinte minutos en los que los uruguayos imponen su ritmo, y, paradójicamente, sienten que Brasil no es inabordable. Morán y Míguez estiran el campo, Bigode sufre con Gigghia y Schiaffino empieza a sacudirse el marcaje de Danilo. Y finalmente, llega lo que el silencioso estadio ya prefiguraba: Gigghia gambetea en córner y cede atrás para que el Pepe enganche un cañonazo que limpia la escuadra de Barbosa e iguala la contienda. Sólo se advierte estupefacción en los rostros de futbolistas e hinchas cariocas; aunque estos últimos, quizá reparando en que este resultado aún les da el título, alzan la voz al grito de ¡Brasil, Brasil! Pero los amarillos están sucumbiendo ante el poderío físico de Uruguay, que nota el haber jugado una fase previa de un solo partido ante un rival insignificante (8-0 a Bolivia) frente a tres de los brasileños. Sin embargo, todavía tienen arrestos los locales para una oleada agónica que les lleva a disfrutar de varios córners consecutivos, todos desperdiciados.

Era la última oportunidad en un partido cuyo destino ya era visible. Y así, a diez minutos para el final, el Negro le da la bola a Gigghia, este profundiza, distrae a Barbosa preparando un centro ficticio, y se saca un lanzamiento a puerta seco y criminal que pasa entre poste y portero y se va a la red. Es el final, Uruguay ha ganado.

Lo demás pertenece ya quizá más al terreno del mito que al de la realidad, o quizás a los dos. La torcida llorando en medio de un silencio sobrecogedor, luto en todo Brasil, suicidios, Jules Rimet entregando la Copa solo con el capitán en los vestuarios, los más fanáticos intentando linchar a los futbolistas brasileños, el gran Obdulio en la noche de Rio tratando de consolar a los vencidos y bebiendo con ellos, Barbosa llevando el estigma del culpable para toda su vida…

Uno de esos días en que, como dijo Hugo Presman, la vida se sentó a tomar un café con la Historia.

ALINEACIONES. Uruguay: Máspoli, González, Tejera, Gambetta, Varela, Andrade, Gigghia, Pérez, Míguez, Schiaffino y Morán. Brasil: Barbosa, Augusto, Danilo, Juvenal, Bauer, Bigode, Friaca, Zizinho, Ademir, Jair y Chico.

domingo, 9 de diciembre de 2007

The long and windding road


La necesidad por contar con una ventana adicional fue madurando en el último año. No me bastó con el Referente o el Thinking, pues requería espacio para lo menos técnico y más informal y propio.

Aquí puedo tener ese espacio para ejercer Libre Mente mi derecho a divagar. En el camino largo y tempestuoso, tumultuoso y nutrido de la vida de un hombre en los cuarentas, va acopiándose la necesidad de compartir algunas reflexiones. Las que se puedan contar por internet, claro está.

Suenan en mi cabeza las nostálgicas notas de la canción de Lennon & Mc Cartney del Magical Mistery Tour....siempre con nosotros y nosotros siempre con ellos. Como le escuché una vez a Bedoya Reyes, la vida ha enseñado muy poco a quien no ha sufrido lo suficiente. No hay una buena vida sin ese toque de nostalgia...como en la canción de The Beatles.